En la homilía que pronunció esta mañana en la Misa en la Casa Santa Marta en el Vaticano, el Papa Francisco alentó a los fieles a preguntarse si construyen su vida sobre la roca de Dios o sobre la arena de la mundanidad, el orgullo y la vanidad.
El Papa Francisco planteó tres preguntas que un católico puede hacerse en este tiempo de Adviento: “¿Soy un cristiano del decir o del hacer?”, “¿Construyo mi vida sobre la roca de Dios o sobre la arena de la mundanidad y la vanidad?” y “¿Soy humilde, busco andar siempre abajo, sin orgullo y así servir al Señor?”.
Meditando en el Evangelio de Mateo en la que Jesús habla del hombre que construyó su casa sobre la roca, el Pontífice resaltó que la piedra representa al Señor, mientras que la arena “no es sólida” y lleva a una vida construida “sin fundamentos”.
“Es Él la fuerza. Pero muchas veces quien confía en el Señor no aparece, no tiene éxito, está escondido, pero está en equilibrio. No tiene su esperanza en el decir, en la vanidad, en el orgullo, en los poderes efímeros de la vida. El Señor es la roca”, dijo el Papa Francisco, según señala Vatican News.
“La concreción de la vida cristiana nos hace ir adelante y construir sobre esa roca que es Dios, que es Jesús, sobre lo sólido de la divinidad y no sobre las apariencias o sobre la vanidad, el orgullo, las recomendaciones, no. La verdad”.
El Papa Francisco también cuestionó a los cristianos que viven su vida confiados en el “decir” antes que en el “hacer”.
“El decir es un modo de creer, pero muy superficial, a mitad de camino: yo digo que soy cristiano pero no hago las cosas del cristiano. Es un poco por decirlo simplemente maquillarse como cristiano: decir las cosas solamente es un truco, decir sin hacer”
“La propuesta de Jesús es concreción, siempre concreto. Cuando alguno se acercaba y pedía consejo, siempre cosas concretas. Las obras de misericordia son concretas” .
La tercera comparación que propuso el Santo Padre fue la de alto y bajo, que podría entenderse mejor como los orgullosos y vanidosos en contraposición con los humildes.
El Señor, explicó el Papa Francisco, “ha derribado a los que viven en lo alto, ha derrocado la ciudad exaltada, la derrocó hasta la tierra, la arrasó hasta el suelo. Los pies la pisotean: son los pies de los oprimidos, los pasos de los pobres”.
“Este pasaje del profeta Isaías nos recuerda el canto de la Virgen, del Magnificat: el Señor levanta a los humildes, a quienes están en lo concreto de cada día, y abate a los soberbios, a los que han construido su vida sobre la vanidad, el orgullo, estos no duran”.
Evangelio y lectura meditados por el Papa Francisco
Mateo 7:21, 24-27
«No todo el que me diga: «Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
Isaías 6:1-8
El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo.
Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban,
Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.».
Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo.
Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!»
Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,
y tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.»
Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra»? Dije: «Heme aquí: envíame.»