¡Queridos Hermanos y Hermanas, Bendecido 2019!
Continuando el ciclo de reflexiones, para este mes he querido tocar como tema principal el perdón una palabra que muchos conocen, pero pocos saben dónde deriva porque en la práctica se hace cuesta arriba.
El perdón es una palabra que hemos escuchado muchas veces, pero no nos detenemos a reflexionar de la profundidad que contiene, algunas personas dicen: «El único que perdona es Dios», pero el Señor en el evangelio nos invita a perdonar: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden«, (Mateo 6,12).Ciertamente no es fácil perdonar, se necesita humildad y apertura de corazón, cuando perdonamos de corazón nos sentimos liberados, sanados y renovados, perdonar es darse una nueva oportunidad. Todos en algún momento hemos ofendido a alguien o nos han ofendido a nosotros, eso es una oportunidad de crecimiento y de sanación interior. Ese proceso se trasmite en nuestro entorno con las personas que nos encontramos, el perdón verdadero lleva a la paz y a la justicia. Como decía San Juan Pablo II: «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón».Uno de los retos mayores de cada uno de nosotros es aprender a perdonar, esto no lo aprendemos en el colegio ni en la universidad sino por la misma experiencia que se nos va presentando, el primer paso es tomar consciencia que tenemos la tarea de perdonarnos nosotros mismos, sanar y reconciliarnos con nuestras propias heridas internas, con todas aquellas situaciones que hemos vivido y nos han marcado. La falta de perdón en nosotros mismos genera temor, indiferencia o falta de interés a algo novedoso al descubrir una nueva oportunidad. El perdón te sana, te libera cuando tú mismo asumes la actitud de empezar de nuevo, muchas personas viven con heridas profundas en su corazón por la falta de perdón, muchos van cargando ese peso del «rencor» en sus vidas.
Tal vez hemos tenido dificultades y experiencias fuertes con algunas personas cercanas, familiares, amigos, seres queridos que aún no hemos perdonado y cada vez que nos encontramos con esa persona recordamos ese acontecimiento de tristeza y dolor, precisamente ese momento es una oportunidad para empezar un camino de sanación y de reconciliación contigo mismo y con los demás.
Ciertamente es un proceso que requiere de tiempo, no se trata de una receta mágica que borra nuestras experiencias y pensamientos negativos, sino que a esas experiencias hay que darle una nueva interpretación y sentido, incluso desde la experiencia de Dios, esa situación nos ayuda a preguntarnos: ¿Qué puedo aprender de esta experiencia?, ¿Qué cosas debo cambiar en mi vida?Siempre tendremos la capacidad de decidir, de optar por algo distinto y novedoso. El perdón tiene el poder de sanar, de transformarte y hacerte de nuevo si nos dejamos guiar por el amor y la misericordia de Dios, como dice la carta del evangelista Juan: «El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor», (1Era Carta de Juan, 4,8).
El amor está muy vinculado al perdón son como dos alas que guían y orientan nuestra vida. El perdón sana nuestra alma, nuestro corazón herido, un enfermo no puede sanar a otro sino está sano el mismo. Si comprendiéramos y experimentamos el poder del perdón nuestra vida sería distinta, viviríamos más felices y no cargaríamos tanto peso de culpabilidad, nos limpiaríamos de tanto rencor y odio que es como un cáncer que va deteriorando poco a poco nuestro corazón.
Un ejemplo cotidiano que puede motivarnos a practicar el perdón es el siguiente: «Si observamos con detalles a un grupo de niños jugando y alguno de ellos se molesta en el juego con sus razones particulares, al rato o al día siguiente lo vemos otra vez jugando con su grupo de amigos. Los niños no guardan rencor, ellos se dan la oportunidad de continuar su amistad». Nosotros como adultos, cada vez vamos perdiendo nuestra sensibilidad humana, nos llenamos de muchas cosas que nos roban la paz. Esto no significa vivir de manera ingenua o alejada de la realidad, sino precisamente con los pies firmes en la tierra, en nuestra propia humanidad, nadie sabe cómo es el barro sino se ha llenado primero de él. Para esto hay que enfrentar la vida con madurez y tener un corazón dispuesto para amar y perdonar.
Para el que tiene fe y quiere transformar su propia vida nada es imposible, es cuestión de voluntad, confianza en Dios y en nosotros mismos, siempre hay nuevos motivos para continuar luchando en la vida, como decía San Agustín: ¨Mientras hay deseos de luchar, hay esperanzas de vencer¨. La esperanza nunca se pierde, es el motor que nos inspira seguir adelante contra toda prueba y dificultad, todo es una enseñanza, un aprendizaje. Preguntémonos para nuestra reflexión personal:
1.- ¿Qué situación me ha marcado en mi vida?
2.- ¿Estoy dispuesto a perdonarme yo mismo?
3.- ¿Realmente quieres perdonar a otros?
Lic. Manuel Díaz.
Departamento Espiritualidad
Consejo Central