La Cuaresma nos trae la vieja imagen del desierto. Generaciones de cristianos, siguiendo al Pueblo de Dios y acompañando a Cristo, han sentido su llamada en su camino de búsqueda de Dios hasta convertirlo en elemento de
sabiduría cristiana.
El desierto es uno de los conceptos bíblicos de más hondo significado. Pertenece a la sabiduría básica del hombre espiritual. Se hizo camino obligado para el pueblo de Dios hasta la tierra prometida y lugar del encuentro con Dios. Moisés, Elías, Juan el Bautista y el mismo Jesús, fueron hombres del desierto. El desierto es ese espacio hostil, que obliga a la lucha tanto como a la confianza, y se convierte en pedagogía de Dios para avanzar, agudizando la mirada vigilante e interiorizada de la fe, a fin de reconocer la presencia de Dios y denunciar toda idolatraría.
Por otra parte, otro ingrediente del camino hacia la Pascua es la narración de lo vivido; nosotros seguimos el camino cuaresmal de la experiencia de la pascua. Hacemos del camino cuaresmal y camino pascual. Recorremos el vía-crucis sabiendo que el crucificado es el resucitado, y está presente en nuestra vida personal y comunitaria.
Basta con ver en estos momentos en nuestro país situaciones sin precedentes como nunca antes habíamos vivido, frente a la ignominia, barbarie y aún así nuestro hermano Jesús nos acompaña para llevar la cruz con profunda esperanza porque sabemos que luego de un viernes santo, viene la gloria de la resurrección. En el ejercicio del vía-crucis no recorremos el camino de un héroe del dolor. Hacemos y compartimos la experiencia de la presencia del resucitado por su Espíritu en nuestra vida, llena de ocupaciones y preocupaciones. El camino cuaresmal, como el camino de Emaús del cual me gusta citar a menudo en mi vida, lleva a contar mi propia experiencia del encuentro personal con el resucitado.
En la cuaresma, también significa comenzar un tiempo de particular compromiso en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor. Quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la
última, que es Satanás.
En una oportunidad, conversando con un sacerdote jesuita me dijo unas palabras que hasta la fecha procuro aplicarlas y comparto con ustedes, porque guarda relación con este tiempo cuaresmal: ¨La realidad se corrrige con la misma realidad, no evadiéndola¨.
La ¨Cruz¨, por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal.
Entrar en la Cuaresma significa, por tanto, renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto a Cristo. La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia.
Finalmente, sería oportuno que durante este tiempo nos formulemos estas preguntas que nos hace el papa Francisco y la respondamos desde la sinceridad de nuestro corazón, porque podemos engañar a los hombres, pero a Dios jamás.
¿Sólo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Eucaristía los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y finalizo mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico donde me desenvuelvo? ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Ayudo corporal o espiritualmente a mi hermano que sufre? ¿Me rebelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Bienaventurada Virgen María, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en ¨Tabernáculo viviente de Dios¨.
Manuel Díaz M.
Dpto. Espiritualidad
Consejo Central.